¡Dejen
el crucifijo donde está!
(Al
oído de la Corte Constitucional)
José León
Jaramillo Jaramillo
Un sustanciador le solicitó a la Corte Constitucional retirar el crucifijo
de su Sala Plena, para garantizar los derechos de quienes profesan una religión
diferente. La Corte, alegando que su recinto es privado y razones históricas
que no comparto, negó esa petición.
Las razones para que el Crucifijo permanezca en ella son, entre otras,
las siguientes:
La influencia de Cristo crucificado
y la de la Biblia, en lo que debe ser nuestra justicia y lo que deben ser
nuestros jueces, es indiscutible, es histórica.
El profesor Werner
Goldschmidt, en su obra La ciencia de la
justicia (Dikelogía),
refiriéndose a la historia del juez pecaminoso ─para asegurar que es vieja─
cita a la Biblia: «El evangelio
de San Juan (8, 3-11) nos relata ya un ejemplo en el famoso caso de la
adultera. Nadie que haya leído alguna vez este pasaje olvida la invitación de
Jesús…»; invitación que también
nos recuerda el maestro Francesco
Carnelluti, en su obra Las miserias del
Derecho Penal: «¡Quien de
vosotros esté libre de pecado que tire la primera piedra!».
Y continúa el príncipe, así: «Es necesario para sentirse dignos
de castigar estar libre de pecado; solamente entonces el juez está sobre
aquel que es juzgado. Y puesto que el pecado no es otra cosa que
nuestro no ser aquellos que deberíamos ser, es necesario ser plenamente, sin
deficiencias, sin sombras, sin lagunas; en suma, es necesario no ser partes
para ser jueces… El problema del juez, el más arduo problema del derecho y
del Estado, está planteado aquí con una claridad espantosa.
»Ningún hombre, si pensase en lo que es
necesario para juzgar a otro hombre, aceptaría ser juez. Y, sin embargo, es
necesario encontrar jueces. El drama del
derecho es este. Un drama que debería estar presente a todos, de los jueces a
los justiciables, en el acto en el que se celebra el proceso. El crucifijo que,
gracias a Dios, en las aulas judiciales, pende todavía sobre la cabeza de los
jueces y que todavía sería mejor que se hubiese puesto frente a ellos, a fin de
que puedan posar con frecuencia su mirada en él, está para significar su
indignidad; es, no otra cosa, la imagen de la víctima más insigne de la
Justicia humana. Solo la conciencia de su indignidad puede ayudar al juez a ser
menos indigno».
El crucifijo es símbolo de error judicial, injusticia, justicia, víctima, tortura, crueldad
humana, muerte, vida, perdón, humildad, bondad, humanidad y recogimiento. ¿Qué
otro símbolo representa mejor a la Justicia?
El juez está y tiene que
estar por encima de los demás y por ello debe tener autoridad moral para
juzgar. Su meta solo puede ser la grandeza de su ministerio, para lo cual es
necesario que renuncie a sus ambiciones materiales o nunca la alcanzará.
Necesitamos jueces y
fiscales bondadosos, elegidos por concursos ético y de méritos, ojalá como Piero
Calamandrei, de quien encontré, en uno de los hermosos libros del maestro Hernando
Londoño Jiménez, las siguientes palabras suyas, refiriéndose a quienes condenó:
«Señor querría al morir estar seguro de que todos los hombres a quienes
he condenado han muerto antes que yo, porque no puedo pensar en que dejé en las
prisiones de este mundo, sufriendo penas humanas, a aquellos que fueron
encerrados por orden mía. Querría señor, cuando me presente a tu juicio, encontrarlos en espíritu
en el umbral para que me dijeran que saben que yo juzgué según justicia, según
lo que los hombres llaman justicia. Y si con alguien, sin darme cuenta¸ he sido
injusto, a el más que a otros quisiera encontrar allí, a mi lado, para pedirle
perdón y decirle que ni una vez al juzgar, olvidé que era una pobre criatura
humana esclava del error, que ni una sola vez al condenar, pude reprimir la
turbación de la conciencia, temblando ante una función que, en última
instancia, puede ser solamente tuya, Señor».
Jurídicamente el crucifijo
no afecta la laicidad del Estado, como lo demostró plenamente el Tribunal
Constitucional del Perú (Exp. n.° 06111-2009-PA/TC Lima norte/ Jorge Manuel/ Linares
Bustamante).
Ni que fuéramos el Estado
Islámico para destruir 2.000 años de historia humanística y religiosa.