miércoles, 27 de marzo de 2019

José Sánchez del Río, Mártir de Cristo Rey


 A mis queridos hermanos mexicanos miembros de Cristo amigo, felicitaciones por tener un compatriota que mostró tanto amor a Cristo Rey.

Gabriel Escobar Gaviria

José Sánchez del Río, Mártir de Cristo Rey

A 88 años de aquellos hechos, todavía se guarda con orgullo y admiración el recuerdo de los valientes héroes y mártires que en los años de la persecución religiosa morían confesando su fe católica
Por Luis Alfonso Orozco | Fuente: Catholic.net 

Nota; Sólo la primera foto es auténtica, las demás son tomadas de la película Cristiada en la que el papel de josé Luis es onterpretado por Mauricio Kuri

El combate había sido sangriento y más duro que en otras ocasiones. Esta vez también José Luis y sus compañeros cristeros se encontraban en una notable desventaja numérica, ya que los soldados federales eran diez veces más que los defensores de la fe.

—¡Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten! Yo no hago falta, y usted sí.

Le había dicho José Luis, en una rápida y valiente determinación, a su jefe Luis Guízar Morfín, cuando los federales mataron  su caballo de un balazo. Entonces José Luis se acercó sin vacilar, saltó ágilmente de su montura y la entregó a su jefe, quien le dirigió una última mirada de aprecio y, dándole las gracias, se alejó para reunirse con otros cristeros que también se replegaban.

Aquel lunes 6 de febrero de 1928 por la mañana, el grupo de soldados cristeros que comandaba el general Luis Guízar Morfín había sido sorprendido cerca de Cotija, Michoacán, por fuerzas muy superiores en número del general callista Anacleto Guerrero. Los cristeros se vieron obligados a combatir, pero por la escasez de municiones para sus rifles y por ser menos, se iban replegando hacia una loma para organizar su retirada, mientras disparaban las balas de que disponían. La cosa se volvió desesperada en esta ocasión para los cristeros, quienes raramente volvían la espalda al enemigo. Entonces, los que no habían caído muertos huyeron o cayeron prisioneros, y entre estos últimos estaba también José Sánchez del Río.

José Luis (así le llamaban sus compañeros cristeros), con apenas 13 años de edad, se había enrolado en las filas del glorioso ejército de los cristeros, que defendían su fe y proclamaban que Cristo era Rey de su patria, por encima de la opresión que el Gobierno de Plutarco Elías Calles ejercía sobre todos los católicos mexicanos. Eran los tiempos de la persecución religiosa y de los mártires de Cristo Rey.

—Me han hecho prisionero porque se me acabó el parque, ¡pero no me he rendido!
Dijo el valiente niño cristero al general Anacleto Guerrero, cuando esa tarde lo llevaron ante su presencia, en el cuartel de Cotija. Normalmente, los soldados del Gobierno fusilaban o colgaban de los árboles de la plaza o de los postes de telégrafo a todos los cristeros que capturaban vivos. Actuaban así para asustar y escarmentar a los pacíficos ciudadanos y a todos lo que apoyaran la causa cristera.

—Tú lo que eres es un mocoso que no sabe en lo que lo están metiendo. ¿Quién te manda combatir al Gobierno? ¿No sabes que eso es un delito que se paga con la muerte? —Lo reprendió el general callista, en tono amenazador. A continuación, en vez de fusilarlo como a los otros cristeros aprehendidos en el combate, mandó meter a José Luis en la cárcel de Cotija para hacerlo reflexionar y asustarlo, pensando que así dejaría la causa cristera. Ya había pensado que al día siguiente se lo llevaría prisionero a Sahuayo, su lugar natal, para presionar a sus familiares y darle un escarmiento al pueblo católico. Pero Dios tenía también otro plan para valerse de su futuro mártir y recibir la gloria que solamente a Él le es debida.

Época de héroes y mártires

A ochenta y ocho años años de aquellos hechos, en el corazón católico de México todavía se guarda con orgullo y admiración el recuerdo de los valientes héroes y mártires que en los años de la persecución religiosa morían confesando su fe católica:

—¡Viva Cristo Rey!” “¡Viva la Virgen de Guadalupe!

De muchos de ellos se conservan algunos objetos humildes pero venerados como preciadas reliquias por la gente: quizás un viejo sombrero, unos huaraches ensangrentados, el rosario encontrado en la bolsa del pantalón del mártir, el pañuelo que llevaran atado al cuello o la cuerda con que ahorcaron a los mártires, en los pueblos y lugares donde murieron.

Jóvenes católicos de la ACJM en los años veinte
(Asociación Católica de la Juventud Mexicana)

Un lugar digno de visitar para edificarse con las historias y documentos fotográficos de nuestros héroes cristeros y mártires es el Museo Cristero, que cuenta con dos sedes: una se encuentra en la ciudad de Aguascalientes y la otra en la población de Encarnación de Díaz, en Jalisco. Cristo Rey bendice a la nación desde su pedestal de piedra en el corazón geográfico de México, en un monumento que mide más de veinte metros de altura y que se yergue majestuoso a más de 2.600 metros en la cumbre del cerro El Cubilete, en el estado de Guanajuato. En la memoria de muchos de los católicos que peregrinan a la santa montaña cada año en la fiesta de Cristo Rey, aún persiste el recuerdo de aquellos mártires que ofrecieron su sangre con tal de que Cristo Rey fuera el centro de las miradas, de los deseos, de los pensamientos y de las obras de la gente.

Sigue vivo el recuerdo agradecido hacia aquellos hombres, mujeres y niños que murieron gritando el santo nombre. «¡Viva Cristo Rey!, ¡viva santa María de Guadalupe!», con el último aliento que les quedaba en sus pulmones para testimoniar que Jesucristo vive eternamente. Los relatos de sus hazañas se han transmitido de abuelos a padres y de éstos a sus hijos, entre los peregrinos de Cristo Rey.

¿Cuál es el testimonio y mensaje que nos dan los mártires?

Con el ejemplo de su muerte heroica, los mártires nos están enseñando que ellos obedecían al Rey del cielo y no al tirano de aquí abajo que los maltrataba, mientras pisoteaba sus más sagrados derechos, porque no era posible que ningún poder humano o sobrehumano borrara la presencia de Cristo en el corazón de las personas. Allí estaban ellos para confesarlo.

Católicos ahorcados por los soldados federales junto a la vía del tren, estado de Jalisco

Los humildes mártires de Cristo Rey en México eran gente sencilla del pueblo; profundos creyentes. Murieron no por desprecio a la vida, sino movidos por la certeza de que recobrarían su vida en la gloria eterna por el amor de Cristo Rey, en quien tenían depositada toda su confianza.

Hace dos mil años, cuando el apóstol san Pedro dijo a los judíos: —Juzgad si es justo delante de Dios, obedeceros a vosotros más que a Dios” (Hechos de los apóstoles 4,19), dejó muy claro lo que todos los buenos católicos, en cualquier época, debemos hacer para defender nuestra fe y los derechos de Dios por encima de los cálculos humanos. Estas palabras se han repetido miles de veces a lo largo de la historia, cada vez que los mártires confesaron públicamente su fe delante de los tiranos perseguidores que han querido borrar el nombre bendito de Cristo del corazón de la gente.

También los mártires mexicanos supieron responder al Gobierno perseguidor del presidente Plutarco Elías Calles y sus secuaces, quienes fueron los causantes de la violenta persecución religiosa, de 1926 al 1929, contra la Iglesia católica en México.

Una de las características que mejor resalta en los mártires es ésta: cuando todas las circunstancias se pusieron difíciles en extremo, ellos ya habían optado por obedecer a Dios antes que a los hombres, sabiendo que la consecuencia podría ser la muerte. No se creían superhéroes, eran muy conscientes de su propia debilidad humana, pero la conciencia de tener que estar a la altura de su misión, y la fe y el amor de Jesucristo los hizo mantenerse fuertes en el instante supremo.

Durante aquella persecución religiosa en México, se dieron casos conmovedores de martirios heroicos, como el del niño José Sánchez del Río, natural de Sahuayo, Michoacán .

José tenía apenas 14 años en 1928 cuando los soldados del Gobierno lo tomaron prisionero cerca de Cotija, después de un combate. Lo condujeron a su pueblo natal, Sahuayo, donde los soldados del Gobierno intentaron hacerle renegar de su causa cristera e incluso que se pasara a su bando para luchar contra los cristeros. José siempre rechazó indignado todas esas propuestas. Después de los vanos intentos, decidieron acabar con él.

Primero lo torturaron cortándole las plantas de los pies, para después obligarlo a caminar con sus pies sangrantes por las calles empedradas del pueblo hasta el cementerio, donde finalmente lo remataron. Mientras lo conducían los soldados hacia el camposanto, el niño cristero no cesaba de aclamar a Cristo Rey ante el asombro y rabia de los soldados, y la admiración del pueblo que presenció su martirio. Al llegar al lugar, lo colocaron al lado de una zanja, mientras él seguía gritando vivas a Cristo Rey. Entonces se abalanzaron unos esbirros contra él y lo cosieron a puñaladas y a tiros. Cayó en el hoyo y lo taparon, retirándose después satisfechos de su hazaña.

No faltaron corazones valientes

No pensemos que se trata de un hecho aislado, porque casos como el de José Sánchez del Río son conocidos por centenares en los lugares donde se desarrolló la epopeya de La Cristiada. Se guardan en la memoria fiel de los viejos, quienes entonces eran niños o jóvenes cuando ocurrieron los hechos, y también fueron transmitidos de boca en boca a las siguientes generaciones para que no olvidaran el testimonio de sus mayores. Muchos valientes mártires cristeros de toda edad y condición social, niños, jóvenes y adultos, ofrecieron generosamente su sangre por confesar a Cristo y defender la libertad religiosa, y esto ocurrió principalmente en los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Colima, Zacatecas, Coahuila, México, Durango, Tabasco y Guerrero, que son los lugares donde la persecución fue más violenta. En aquellos años difíciles, la idea de ser mártir por Cristo Rey era común y no era extraña a la gente.

En aquel entonces la gente tenía bien clara la idea del martirio, y a lo que se exponían los cristeros. Tanto es verdad que mi pobre madre, q. e. p. d., doña Petra Rivas, que era muy cristera y llevaba ropa y alimentos a los sublevados, me decía a mí:

—Yo quiero un hijo mártir. ¿Por qué no te vas con ellos?

—Mamá, yo no sirvo para eso ni sé montar a caballo —respondía yo—; basta con que yo sea confesor.

Vamos, pues, a conocer el caso de un valiente muchacho michoacano, sencillo y normal como sus coetáneos, pero que fue mártir de Cristo Rey. Su gesto heroico lo ha convertido en un ejemplo luminoso de fe para todos los adolescentes y jóvenes de hoy, pero también para los adultos, en este mundo difícil donde también es necesario defender la fe católica con el propio testimonio de vida.

Es probable que Dios no nos pida a nosotros derramar la sangre como a ellos, pero sí nos pide ser valientes y tener el mismo corazón heroico para no callar delante del mal; para defender nuestros valores cristianos ante otras personas cuando son atacados y, sobre todo, para saber decir siempre un no rotundo y firme al pecado en nuestras vidas.

José Luis  Sánchez del Río, valiente cristero martirizado a los 14 años de edad.

Se trata de un caso conmovedor, verdaderamente singular entre los mártires que regaló La Cristiada a México y a la Iglesia. José había nacido el 28 de marzo de 1913 en la población de Sahuayo, Michoacán, hijo de Macario Sánchez y María del Río. En la iglesia parroquial de su pueblo, recibió el bautismo el 3 de abril del mismo año, y allí mismo recibió los sacramentos de confirmación y comunión años después.
José fue un niño travieso y alegre como todos los niños. Jugaba a las canicas, corría con sus amigos por las calles empedradas y se iba al campo a cazar palomas güilotas con la resortera. Su afición por los caballos y a la vida campestre le fue normal desde pequeño, como a los demás chicos de Sahuayo.

En su casa conoció la pobreza y el trabajo desde pequeño, pero sobre todo, creció rodeado de unidad familiar y de los valores cristianos que dan sentido a la vida: la fe, la caridad hacia propios y extraños, concretados en una piedad sólida que le transmitieron sus padres. Desde que hiciera su Primera Comunión, José había tomado la decisión de cultivar una amistad sincera y fiel con Jesús.

La casa donde nació José ya no pertenece a la familia Sánchez del Río. La vendieron y no hay ni siquiera una placa que indique su natalicio. La casa se sitúa en el número 136 de la que fuera calle Tepeyac, en Sahuayo, y a la que después le fue cambiado el nombre por calle Rafael Picazo, el diputado federal por el distrito de Jiquilpan, quien precisamente mandó asesinarlo. Es en verdad extraño que la calle lleve el nombre del verdugo y no el de la víctima; precisamente al revés, como ocurre en muchas otras situaciones de nuestro mundo.

José había nacido en el amplio período conocido como la Revolución Mexicana: aquélla fue una época muy difícil para las familias, los pueblos y ciudades de todo el país, por los episodios de violencia constante que se desarrollaban entre las diversas bandas de revolucionarios que se disputaban el poder.

Entonces la muerte se veía con más naturalidad que ahora: no era raro que cuando llegaba la noche, los vecinos escuchaban las balaceras y los gritos de los revolucionarios, junto con el ir y venir de sus caballos. Se oían relinchos mientras el jinete disparaba o caía muerto. Por la mañana, las mujeres que iban a misa y los hombres que salían a sus labores en el campo podían fácilmente encontrarse con cadáveres de revolucionarios o de gente pacífica, en el arroyo de la calle empedrada o detrás de alguno de los portales de la plaza. Por eso la gente era más religiosa y se preocupaba por estar preparada para dar el paso a la vida eterna, que en asegurarse un porvenir entre las cosas inestables del mundo.

Cuando José tenía 12 años estalló la guerra de los cristeros, o sea, el alzamiento de aquellos campesinos creyentes y jóvenes de la Acción Católica que lucharon en defensa de sus más sagrados derechos contra las leyes injustas del Gobierno federal. La región donde él vivía era ciento por ciento cristera y, desde el inicio del alzamiento, los hombres y mujeres del occidente de Michoacán se distinguieron por su defensa valiente de la fe y de los derechos sagrados de Cristo. Gente de diversos pueblos como Cotija, Sahuayo, Jiquilpan, Santa Inés, Los Reyes y de otros lugares de la región, combatían por la causa de Cristo Rey y la defensa de sus derechos humanos más elementales, como es la libertad religiosa.

José se daba cuenta perfectamente de la situación y también la sufría en carne propia, puesto que su pueblo natal, Sahuayo, se encontraba en una de las zonas más cristeras, donde el apoyo de la gente era masivo a favor de la religión y de sus valientes defensores. No fueron pocos los atropellos que sufrió la gente pacífica de Sahuayo por parte de soldados del Gobierno, por el hecho de proclamarse cristeros.

¡Quiero ser cristero!

José veía a los valientes cristeros que pasaban veloces en sus caballos por las calles de su pueblo, les oía gritar con gallardía: «¡Viva Cristo Rey!, ¡viva la Santísima Virgen de Guadalupe!», escuchaba los relatos que contaban los mayores sobre sus hazañas en el campo contra los perseguidores de Cristo. ¡Él también soñaba en irse con ellos para defender los derechos de Cristo Rey en su patria! Pero había un problema: sus papás no se lo permitían debido a su corta edad. José no se desanimó, y tanto insistió que, después de escribir varias veces, con apenas 13 años logró que le permitieran enrolarse en las fuerzas cristeras que luchaban al mando del general Prudencio Mendoza, jefe de los cristeros de la zona de Cotija y sus alrededores.

El general Mendoza, viendo la resolución y ánimos de José por ser cristero, lo admitió finalmente en la tropa. Durante los primeros siete meses no le fue permitido usar aromas, pero sirvió como ayudante de los soldados cristeros. José era bastante apreciado en la tropa cristera porque desde el inicio se distinguió por su servicialidad. Se le veía por todos lados del campamento, engrasando las armas, friendo los frijoles de la comida, cuidando que a los caballos no les faltara agua y pastura.

A su mamá, que con razón se oponía a sus deseos de ir a la lucha, debido a su corta edad, José le respondía:

—Mamá, ¡nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora! .

El general Prudencio Mendoza se movía con sus soldados cristeros por diversos puntos de Michoacán para emprender acciones de guerra, y viendo que era muy peligroso para la corta edad de José, lo dejó a las órdenes y cuidado del jefe cristero Luis Guízar Morfín, y José le sirvió como ayudante de campo. Desde el primer momento que entró como cristero, José se mostró valiente y leal con sus jefes, participando en la vida de privaciones que llevaba la tropa, durmiendo a veces en cuevas o en medio de tupidos bosques y comiendo la escasa comida compuesta de frijoles y tortillas, muchas veces endurecidas y frías, pues no siempre era posible preparar fogatas para calentar con calma los alimentos.

Con los demás cristeros, José rezaba todas las noches el santo rosario a María Santísima, antes de acostarse y descansar de la dura jornada. Era una vida de sacrificios y privaciones por amor a Cristo Rey y su Madre Santísima, la Virgen de Guadalupe.

¡Pero No me he rendido!

Así iban las cosas, cuando el 5 de febrero de 1928, durante el transcurso de un combate entre los cristeros y fuerzas federales en las inmediaciones de Cotija, el caballo del jefe Guízar Morfín resultó muerto de un balazo. Entonces, el valiente niño cristero saltó de su montura y se la ofreció a su jefe dirigiéndole estas palabras:

—Mi general, aquí está mi caballo. Sálvese usted aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí.

El jefe Guízar Morfín pudo ponerse a salvo, pero quedó muy conmovido por su gesto de valentía y generosidad. Como era de prever, José quedó hecho prisionero, quien al igual que a otros cristeros, condujeron maniatados a Cotija. Allí se encontraba el general callista Guerrero, quien lo reprendió por combatir contra el Gobierno. José le replicó:

—Me han aprehendido porque se me acabó el parque, pero no me he rendido.

Con él también cayó prisionero otro joven algo mayor de nombre Lázaro, originario tal vez de Jiquilpan. Desde Cotija, José escribió a su mamá esta hermosa carta:

«Cotija, Mich., lunes 6 de febrero de 1928.

»Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica:

»Antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba

»José Sánchez del Río».

Problemas con los gallos

Ambos quedaron apresados en Cotija, pero después fueron trasladados a Sahuayo el 7 de febrero. Con los brazos bien atados, José y Lázaro fueron metidos en la iglesia parroquial, que el diputado Rafael Picazo había manchado convirtiéndola de Casa de Dios en un gallinero; allí, el tal Picazo guardaba sus gallos de pelea. José se indignó a la vista de aquel ultraje contra la casa de Dios. No lo pensó dos veces y una vez que logró desatar sus manos de las ligaduras, se dedicó esa noche a retorcer el pescuezo de los gallos de Picazo. Acabada su tarea, se recostó en un rincón y se durmió.

El día siguiente, 8 de febrero, al enterarse el diputado Picazo de la suerte que habían corrido sus gallos, se presentó iracundo en la iglesia parroquial y con palabras gruesas e insultos recriminó a José su acción. Éste le contestó:

—La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales.

Picazo lo amenazó diciéndole que si estaba dispuesto a todo. La respuesta del valiente cristero no se hizo esperar:

—A todo. Desde que tomé las armas estoy dispuesto a todo. ¡Fusílame!, para que yo esté luego delante de nuestro Señor y pedirle que te confunda.

Esto fue la gota que volcó el vaso de la ira en Picazo, aquel enemigo acérrimo de los cristeros. Ahora sí, sin remedio, la muerte de José Luis y la de Lázaro su compañero de prisión, eran seguras. En el transcurso de esa mañana, miércoles 8 de febrero, los familiares de José les llevaron el almuerzo, pero el angustiado Lázaro no tenía apetito ni ánimos. José, que era unos años menor pero poseía mayores ánimos, le dijo entonces:

—Ánimo, Lázaro. Vamos comiendo bien. Nos van a dar tiempo para todo y luego nos fusilarán. No te hagas para atrás. Duran nuestras penas mientras cerramos los ojos.

A las cinco y media de esa tarde sacaron a Lázaro para ahorcarlo y José fue obligado a ponerse junto al árbol de la ejecución. Y colgaron a Lázaro. Al cabo de unos minutos de colgado lo creyeron muerto, bajaron su cuerpo y lo arrastraron al cercano cementerio, donde lo abandonaron. Pero Lázaro no estaba muerto, se reanimó y huyó trabajosamente.

—A José lo llevaron allí para asustarlo y ver si renegaba de su fe en Cristo, pero él se dirigió a los verdugos y con gesto enfático les dijo que también a él lo mataran. Sin embargo, al ver que no habían logrado asustarlo ni que renegara, volvieron a meterlo en el templo y allí quedó encerrado solo.

Mi vida por Cristo. ¡Viva cristo rey!

Entre tanto, el papá de José ya estaba haciendo gestiones desesperadas para intentar rescatarlo con dinero. Pero el callista general Guerrero exigía cinco mil pesos a cambio de la libertad de José, una cantidad que en aquel entonces era una fortuna. El afligido padre no podía reunir tan enorme suma, y ofreció en cambio su casa, muebles y cuanto poseía. El diputado Picazo vociferó que de todos modos, con dinero o sin él, «en las barbas de su padre lo mandaría matar».

Entonces, José se enteró de los esfuerzos que hacía su familia para liberarlo y pidió que no se pagara por su rescate ni un solo centavo. José ya había hecho su resolución de morir antes que traicionar en lo más mínimo a Cristo Rey. Todo el pueblo de Sahuayo sabía lo que pasaba y rezaba por José y su familia. La tensión por lo que se veía que iba a suceder con el niño cristero crecía a medida que pasaban las horas.

Enterado ya de que se había dado la sentencia de muerte contra él, José escribió su última carta y la dirigió a una de sus tías:

«Sahuayo, 10 de febrero de 1928.

»Querida tía:

»Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media de la noche llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá: tú me haces el favor de escribirle. Dile a Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez y creo que no se negará a venir (para que le llevase la Sagrada Comunión), antes del martirio. Salúdame a todos y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere… Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera y Santa María de Guadalupe.

»Firmado: José Sánchez del Río, que murió en defensa de la fe».

El viernes 10 de febrero de 1928, cerca de las seis de la tarde, sacaron al valiente niño cristero del templo convertido en prisión y lo trasladaron al cuartel. Al acercarse la hora de su sacrificio, los soldados del Gobierno comenzaron por desollar-le los pies con un cuchillo, pensando que José se ablandaría con el tormento y terminaría pidiendo clemencia a gritos, pero se equivocaron. Al sentir los tremendos dolores en su propio cuerpo, José pensaba en Cristo en la cruz y se lo ofrecía todo mientras gritaba:

—¡Viva Cristo Rey!

A continuación, los soldados lo sacaron a golpes e insultos del cuartel y le obligaron a caminar descalzo con sus pies heridos por las calles empedradas rumbo al cementerio. Su martirio llevaba ya algunas horas, pues pasaban las 11 de la noche cuando llegaron al camposanto. Los verdugos aún querían hacerlo apostatar de su fe aplicándole esos bárbaros tormentos, pero no lo lograron.

Dios le dio la fortaleza para caminar hacia el sitio de su martirio gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, en medio del asombro y edificación de todos los presentes. Llegados al cementerio, se paró al borde de su propia fosa mientras seguía vitoreando a Cristo Rey. Los verdugos acribillaron su cuerpo maltratado a puñaladas, hasta que el capitán de la escolta decidió acabar con todo y disparó con su fusil a la cabeza del mártir, que ya se encontraba derrumbado en la fosa. Sus últimas palabras fueron

—¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!

La conmoción y silencio respetuoso de los espectadores eran indescriptibles. Se oían suaves los sollozos de la madre de José, que lo acompañó hasta el último momento mientras rezaba por su hijo. Los habitantes del pueblo nunca habían presenciado algo semejante; los mismos soldados federales, que actuaron de mala gana obedeciendo las órdenes, estaban admirados de tanta valentía.

El cuerpo del niño mártir cayó en la fosa y quedó ahí sepultado como el de un animal, sin ataúd ni mortaja. Así recibió directamente las paladas de tierra. Eran las 11:30 p. m. del viernes 10 de febrero de 1928. El mártir de Cristo Rey entraba en la Gloria, pero dejaba a todos sus paisanos y a los demás compañeros cristeros un ejemplo de valentía y de fidelidad a la santa causa, que sólo se podía explicar sabiendo que el mismo Jesucristo le había dado la fortaleza para comportarse como un auténtico mártir.

Años más tarde, sus gloriosos restos fueron exhumados y descansan hoy en la cripta de los mártires del templo del Sagrado Corazón de su pueblo natal. El día de su canonización será el 16 de octubre de 2016.

Conclusión

José Luis es un mártir de Cristo Rey que supo estar a la altura de la misión durante las difíciles circunstancias que le tocó vivir, en un ambiente de guerra y odio contra la fe y de persecución sangrienta. Él, al igual que numerosos mártires de Cristo Rey, dio su vida generosamente por defender sus valores más preciados, y ofreció a México y a todo el mundo un ejemplo de heroísmo como el de los primeros mártires de las persecuciones romanas. Los mártires cristeros forman un grupo de los mejores hijos que México ha dado a la Iglesia.

Vocación de mártires

Podemos preguntarnos qué fue lo que movió a José Luis a dar su vida, a sus 14 años de edad, con toda la fuerza de la juventud en sus venas y el ímpetu de los grandes ideales en su corazón. Él ofreció su vida por mantenerse fiel a Jesucristo, su Amigo, y porque le había jurado seguirle hasta la muerte si era preciso.

Ciertamente, Dios lo escogió a él para ejemplificar la vocación al martirio de sangre, porque las circunstancias en que le tocó vivir, en el México de aquellos años, eran de persecución abierta contra la Iglesia. Pero José Luis se mantuvo fiel a Cristo Rey. En lugar de llevar una vida cómoda y sin riesgos, en vez de ocultarse por miedo o de mentir para salvar la vida, prefirió afrontar las torturas cuando los soldados lo hicieron prisionero.

José Luis fue fiel a su conciencia y a su palabra para no traicionar a sus compañeros cristeros, porque la fortaleza de Cristo lo sostuvo durante las duras horas de la prueba. Fue fiel a Cristo hasta el fin y mereció la corona del martirio, porque amaba a Cristo Rey como a su mejor Amigo.

Temple de mártires

Hoy, lo más probable es que Dios no nos pida derramar la sangre ni sufrir torturas alucinantes por mantenernos fieles a nuestra condición cristiana, en medio de un mundo agresivo y contrario a los valores en que creemos. Es verdad que no vivimos en las mismas circunstancias del martirio sangriento, como tocó a nuestros abuelos en la época de los cristeros. Pero también hoy se ataca a Cristo, a la Iglesia y al papa, y se hace burla o desprecio de los valores más preciosos con que cuenta la juventud, como el derecho a la vida de los inocentes, la pureza o la honradez. ¡Hay que tener un corazón y un temple de mártires, como José Luis y los demás mártires de Cristo Rey, para saber defender nuestra fe y nuestros valores!

No se trata sólo de ideas bonitas; es lo mismo que el papa Juan Pablo II pidió a los jóvenes creyentes de todo el mundo, durante la memorable Jornada Mundial de la Juventud del año 2000 en Roma. Éstas son sus palabras:

«Queridos amigos, también hoy creer en Jesús, seguir a Jesús siguiendo las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros apóstoles y testigos, conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro, para seguir al Cordero a dondequiera que vaya (Apocalipsis 14,4).

»No por casualidad, queridos jóvenes, he querido que durante el Año Santo fueran recordados en el Coliseo los testigos de la fe del siglo XX. Quizás a vosotros no se os pedirá la sangre, pero sí ciertamente la fidelidad a Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día. Estoy pensando en los novios y su dificultad de vivir, en el mundo de hoy, la pureza antes del matrimonio.

»Pienso también en los matrimonios jóvenes y en las pruebas a las que se expone su compromiso de mutua fidelidad. Pienso, asimismo, en las relaciones entre amigos y en la tentación de deslealtad que puede darse entre ellos.

»Estoy pensando también en el que ha empezado un camino de especial consagración y en las dificultades que a veces tiene que afrontar para perseverar en su entrega a Dios y a los hermanos. Me refiero igualmente al que quiere vivir unas relaciones de solidaridad y de amor en un mundo donde únicamente parece valer la lógica del provecho y del interés personal o de grupo.

»Asimismo, pienso en el que trabaja por la paz y ve nacer y estallar nuevos focos de guerra en diversas partes del mundo; también en quien actúa en favor de la libertad del hombre y lo ve aún esclavo de sí mismo y de los demás; pienso en el que lucha por el amor y el respeto a la vida humana y ha de asistir frecuentemente a atentados contra la misma y contra el respeto que se le debe. Queridos jóvenes, ¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible, como Jesús dijo a Pedro: “No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (san Mateo 16,17)».

Este artículo es parte del libro Madera de héroes Semblanza de algunos
héroes mexicanos de nuestro tiempo, de Luis Alfonso Orozco.



San Gabriel de la Dolorosa

San Gabriel de la Dolorosa, el santo de los jóvenes
De joven disfrutó seduciendo mujeres y tras su conversión llegó a ser santo


Por n/a | Fuente: InfoCatolica.com // PortaLuz.org


San Gabriel de la Virgen de los Dolores no fue siempre un santo. De hecho, durante muchos años fue precisamente lo contrario. Nacido como Francesco Possenti en 1838, Possenti fue bautizado en la misma pila que san Francisco de Asís. Durante su juventud, Possenti tenía mucho en común con el «trovador» de Asís y era un joven popular en las fiestas.
Mientras asistió a la escuela jesuita de Spoleto, se entregó a cualquier tipo de entretenimiento que encontrara. Possenti disfrutaba en especial del baile, por lo que le apodaron «el bailarín». Sus amigos también le llamaban il damerino (el galán de las damas), por su popularidad entre las mujeres.
Sin embargo, Dios nunca dejó de perseguir a Possenti. Dos veces cayó Possenti enfermo y dos fue milagrosamente curado. En ambas ocasiones prometió a Dios que entraría en la vida religiosa y las dos veces se olvidó rápidamente de ello. Entonces, un día, durante una procesión observó un estandarte de Nuestra Señora María Auxilio de los Cristianos. Sintió que Nuestra Señora le miraba directamente a él y escuchó una voz: «Cumple tu promesa».
Este momento atravesó el corazón de Possenti, que decidió mantener su palabra y entrar en una orden religiosa. Accedió a la Orden pasionista el 21 de septiembre de 1856, donde recibió el nombre de Gabriel de la Virgen de los Dolores.
Aunque no hay razones para creer que haya perdido la inocencia bautismal, ni quebrantado gravemente la ley de Dios, lo cierto es que durante su vida de religioso, el santo no veía con buenos ojos esa primera parte de su vida. Más tarde escribió a un amigo:Querido Felipe, si realmente amas a tu alma, apártate de las malas compañías y no frecuentes el teatro. Yo sé por experiencia, cuán difícil es salir de él en estado de gracia; por lo menos constituye un grave peligro. Evita las reuniones mundanas y las malas lecturas. Creo, te lo aseguro, que, si hubiese permanecido en el mundo, no habría conseguido la salvación de mi alma. Dime: ¿No crees que yo me divertí bastante? Pues bien, el resultado de todo ello no es más que la amargura y el temor. No te rías de mí, Felipe, porque te estoy hablando con el corazón en la mano. Te ruego que me perdones, si alguna vez te escandalicé. Y retiro todo el mal que pueda haber dicho de otros delante de ti. Perdóname y pide que Dios me perdone también.

Querido Felipe, si realmente amas a tu alma, apártate de las malas compañías y no frecuentes el teatro. Yo sé por experiencia, cuán difícil es salir de él en estado de gracia; por lo menos constituye un grave peligro. Evita las reuniones mundanas y las malas lecturas. Creo, te lo aseguro, que, si hubiese permanecido en el mundo, no habría conseguido la salvación de mi alma. Dime: ¿No crees que yo me divertí bastante? Pues bien, el resultado de todo ello no es más que la amargura y el temor. No te rías de mí, Felipe, porque te estoy hablando con el corazón en la mano. Te ruego que me perdones, si alguna vez te escandalicé. Y retiro todo el mal que pueda haber dicho de otros delante de ti. Perdóname y pide que Dios me perdone también

Gabriel se entregó de lleno en una vida de santidad e hizo lo que hiciera falta para acercarse a Dios. Sin embargo, no recibió la gracia de ningún don espiritual o experiencias extraordinarios. Simplemente vivió plenamente la vida de un pasionista y se esforzó por alcanzar la perfección. Gabriel es famoso por su frase: «Nuestra perfección no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer bien lo ordinario».

Los testimonios de las actas de beatificación son totalmente convincentes. La vida de san Gabriel de la Dolorosa fue de una generosidad sin límites; pero lo más extraordinario es la alegría con que supo consumar el sacrificio.
Su deseo de penitencia era insaciable. Durante mucho tiempo pidió permiso de llevar un áspero cilicio de metal. Sus superiores se lo negaron pero el santo continuó pidiéndolo modestamente. Su director le decía: «Quieres a toda costa llevar una pobre cadenilla, cuando lo que realmente necesitas es encadenar tu voluntad. Vete y no me hables más de ellos». El santo se retiraba profundamente mortificado. En otra ocasión, su director le dijo al mismo propósito: «Puesto que tienes tantas ganas de ese cilicio, te doy permiso de que te lo pongas; pero tienes que llevarlo encima del hábito y a la vista de todos, para que todo el mundo sepa cuán mortificado eres». A pesar de la humillación que eso le causaba, Gabriel se puso el cilicio como su director se lo había indicado; esto hizo reir mucho a sus compañeros, pero Gabriel lo soportó en silencio, sin pedir que le dispensaran de esa mortificación que le ponía en ridículo.
Su vida religiosa duró poco, ya que murió de tuberculosis seis años más tarde, en 1862. Tenía 24 años y su comunidad lo apreciaba mucho por su santidad. Gabriel terminó por ser beatificado en 1908 y canonizado en 1920. Es conocido como un santo patrón especial de los jóvenes.


Nota del Editor.

El próximo veinte de abril cumpliré 73 años y este cumpleaños tiene una especialidad que sólo se ha repetido una vez en mi vida.  El veinte de abril de 1946 fue Sábado Santo y yo nací en la casa donde mis padres y dos hermanos mayores estaban viviendo. La hora de mi llegada fue cerca de las 6:00 p. m. y era la misma hora que en mi pueblo de Sopetrán se acostumbraba la procesión de Soledad en la que sacaban la imagen de la Dolorosa y la procesión empezaba en la capilla del Orfanato . De qué el 20 de abril coincidiera con el sábado Santo sólo ha ocurrido una vez, el  veinte de abril de 1957 cuando cumplí once años, Ocurre que este año se dará por segunda vez y eso me hizo analizar  lo que ocurrió con mi nombre. Me bautizaron el martes siguiente y el nombre que me dieron fue Gabriel de Jesús de la Dolorosa. Ese nombre nació de una pequeña  discusión de mis padres, pues mi padre escogió Gabriel de Jesús pues ese era su nombre, pero la abuela se lo había cambiado por Gonzalo y el quiso recuperar su nombre; mi madre acepto el de Gabriel, pero pidió el de la Dolorosa, que no creo que era para emular al Santo sino por la coincidencia del parto que ocurrió mientras la Dolorosa pasaba por frente de la casa.  De eso caigo hoy que mi madre no se enteró que había un santo con ese nombre pues nunca me habló de él, mas sí de la Dolorosa, En el año de la canonización de San Gabriel mi madre apenas tenía cinco años, por lo que no creo que ella supiera algo de San Gabriel, Al conocer la vida de este santo le he abierto un campito en mi santoral y me dedicaré, con el poquito tiempo que me queda, en exaltar su vida y sus milagros, Ya conozco la parroquia dedicada al santo y procuraré que los miembros de Cristo amigo la conozcan. También si no logro ir a la procesión de Soledad de Sopetrán haré lo posible de ir a la de la Parroquia del Santo en Medellín.

Corazones

El 1 de marzo de 1838 nació en el pueblecito de Asís (Italia) un niño llamado Francisco que, como el famoso fundador de los franciscanos, llegó a ser santo. Era el undécimo de trece hermanos y quedó huérfano de madre a los cuatro años.

Francisco (que tomó mas tarde como nombre religioso Gabriel de la Dolorosa) tenía un "temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y generoso, poseía también un corazón sensible y lleno de afectividad... Era de palabra fácil apropiada, inteligente, amena y llena de una gracia que sorprendía...".

De estatura más bien alta (medía 1,70 metros), tenía "buena voz, era ágil y bien formado".

Con su familia se trasladó a Spoleto donde, como el otro Francisco, era un líder de los jóvenes. Allí fue a la escuela de los hermanos de las Escuelas Cristianas, y al liceo clásico con los jesuitas. Le agradaba mucho el canto, y consiguió premios en poesía latina y en las veladas teatrales. Era un joven dinámico, con una gran pasión por su fe cristiana. En su habitación había colocado una escultura de la Piedad para su veneración íntima .

Cuando iba al teatro Meliso con su padre, muchas veces salía a escondidas para ir a rezar bajo el pórtico de la catedral, que estaba muy cerca; después regresaba antes de que concluyera la función para salir con los demás espectadores. Algunas veces usaba cilicio y se sabe que en una ocasión rechazó las proposiciones deshonestas de un libertino, amenazándole con una navaja.

Interviene la Virgen María
El 22 de agosto de 1856 estaba asistiendo a la procesión de la "Santa Icone", una imagen mariana venerada en Spoleto, cuando la Virgen María le habló al corazón para invitarle con apremio: "Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa" (Fuentes, p. 208). El 10 de septiembre de 1856 entró en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata) y tomó el nombre religioso de Gabriel. Tenía solo 18 años. Su entrega fue con todo su corazón y en la vida religiosa encontró su felicidad: "La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles" (Escritos, p. 185). Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la Eucaristía y la Virgen María.

Muerte
En el convento de Isola, cuando los primeros rayos del sol entraban por la ventana de su celda en la mañana del 27 de febrero de 1862, Gabriel, sumido en éxtasis de amor y rodeado por los religiosos que lloraban junto a su lecho, abandonó la tierra y fue al cielo, invitado por la Virgen María.

Treinta años más tarde, El 17 de octubre de 1892, se iniciaron lo trámites para inscribirlo entre los santos ya que la devoción de los fieles y los milagros que realizaba eran muchos.

Fue canonizado por Benedicto XV en 1920.
Declarado copatrón de la juventud católica Italiana, 1926. Es el Patrón principal de Abruzo en 1959.

Santa Gemma al leer la vida de San Gabriel de la Dolorosa quedó profundamente vinculada espiritualmente con él y este se le apareció en muchas ocasiones para guiarla y consolarla.