miércoles, 21 de agosto de 2013

El sacerdote de los hambrientos

Daniel Saldarriaga lidera el Banco de Alimentos, proyecto que llegó a 100.000 toneladas entregadas.


Tomado de El Tiempo 13-08-18



No sabe lo que es sentir hambre, pero se la calma a 120.000 bogotanos al día.
Debido a sus 1,89 metros de estatura, parece más un basquetbolista retirado que un sacerdote bonachón que lidera el Banco de Alimentos, programa social de la Arquidiócesis de Bogotá que esta semana llegó a las 100.000 toneladas entregadas en 12 años. (Vea imágenes del trabajo diario del padre Saldarriaga en el Banco de Alimentos).
«Nos dedicamos a salvar alimentos ya maduros que quedan en los almacenes de cadena, excedentes de cosecha y otras donaciones en especie. Aquí nada se pierde», dice el padre Daniel Saldarriaga Molina, de 49 años y nacido en Medellín un sábado santo.
Saldarriaga le atribuye a la voluntad divina que el entonces cardenal Pedro Rubiano le haya encomendado la misión de organizar un banco de alimentos similar a los que a finales de la década del noventa arrancaban en la capital antioqueña y en Cali. (Vea la infografía: La obra del sacerdote en cifras)
«Yo era el sacerdote de la iglesia de Tibabuyes, en Suba, y no tenía experiencia en esa labor», afirma Saldarriaga, un secerdote que no ha tenido problema en quitarse la sotana y ponerse el overol a la hora de ir por una donación. Así lo hizo, por ejemplo, en la Navidad del año 2001, cuando apenas comenzaban.
Se fue en el viejo Dodge 48 de su parroquia a recoger unos pasabocas de la empresa Colombina. «Cuando me vieron llegar en semejante cacharro me sabotearon. Me dijeron que para llevar la carga se necesitaban mínimo cinco furgones», cuenta el padre. Los bodegueros le explicaron que si no se llevaba la mercancía tendrían que destruirla en el relleno Doña Juana. El sacerdote les preguntó qué era más fácil: ¿botar tanta comida o ayudarle a transportarla. Ese mismo día, tres pisos de su iglesia sirvieron para guardar los confites que fueron repartidos en menos de tres días. En otra ocasión, se obsesionó con una bodega en Paloquemao, sede actual del banco, que le había pertenecido a una fábrica de papas fritas, pero que para los miembros de la junta directiva, encabezada por Arturo Calle, Ramiro Escobar, Francisco Guaquetá y Julia Ulloa, era imposible de comprar, pues valía 1.880 millones de pesos.
En plena reunión para tratar el tema, en el Metropolitan Club, Saldarriaga aseguró que la plata ya la tenían. Todos quedaron fríos. «Arturo Calle preguntó que si teníamos todo eso y yo le dije que sí, que estaba en los bolsillos de él y de los demás miembros. Me aplaudieron y pudimos comprarla», dice.
Otra anécdota campeona que dibuja su espíritu de comerciante tiene que ver con la manera como logró que el último Chevrolet Spring que se ensambló en Colombia, en el 2006, se lo regalaran al banco y no a otra organización. «Le dije a la gente de Colmotores que yo convencería al cardenal Rubiano de subirse al carro y promocionarlo».
Y así fue. La eminencia salió en los medios manejando la nave, pudo ser rifada y dejó una ganancia de 157 millones de pesos. ¿Y algún caso lo ha marcado? «Una mujer de Patio Bonito que pese a su pobreza les da de comer a ochenta niños y a cuarenta viejos», remata.
FABIÁN FORERO BARÓN
Redactor de EL TIEMPO

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