jueves, 19 de noviembre de 2015

Por encimita

Tomado de El Colombiano 15-11-15

Para María Elena no hay mes de las ánimas: todos los días convive con ellas. Una caja de lata pintada de flores hace las veces de cofre donde van a dar los nombres de los que se van muriendo, tanto en la familia como ajenos a ella.
Todo empezó hace muchos años, cuando murió Luis María, un personaje familiar tan querido por todos que algunos lo creíamos inmortal. Entonces Maena, como le decimos, metió su nombre en la cajita y, apoyada en su memoria, hizo una lista con todos los que habían muerto antes que él. Ayer metió a Matilde, la última en emprender el viaje. En el tarro de los muertos reposan abuelos, bisabuelos, tíos y primos hasta donde se ochentizan; su marido, su mamá y hasta la mía. Más de doscientas almas compiten al azar por un padrenuestro cada día: mano al tarro y por el que salga se reza.
Allí están Gloria Valencia de Castaño; John F. Kennedy, porque mandó harina, aceite y quesos para las parroquias colombianas, y Michel Jackson, entre muchos otros, porque «quién va a pedir por ese pobre hombre».
En el tarro hay ateos, beatos, santos, negros, ricos, pobres, narcotraficantes, guerrilleros y delincuentes abatidos, como el jefe de una banda de comuna; Pablo Escobar, el Mono Jojoy y Raúl Reyes, por ejemplo. Pide a Dios que les perdone «tantísimas cosas que nos hicieron». Incluso caben quienes les causaron la muerte a algunas personas muy queridas por ella. Me conmueve su bondad.
También están los Sánchez, los primeros asesinados de que tiene memoria; Lady Diana, Joe Arroyo, Facundo Cabral y el padre Marianito. «Cómo no incluir a Libardo Zapata, que nos arreglaba desde las ollas hasta los zapatos». De cada muerto hay un recuerdo y para cada uno una oración.
Tenerlos en el tarro es una especie de caridad con uñas: se les rezan padrenuestros, pero también se les piden favores especiales, y los hacen, asegura. «La Madre Teresa siempre está lista para salir cuando las necesidades apremian. Y Julio Uribe es el más efectivo para encontrar cosas perdidas».
El tarro no está libre de rarezas, agrega: Gilberto Echeverry y Guillermo Gaviria suelen aparecer uno detrás del otro, por mucho que se revuelvan los papelitos. «A veces se juntan por profesiones, salen seguidos todos los políticos o todos los guerrilleros». Ella no habla de conciertos para nada, pero sonríe picarona. Yo también sonrío.
No siempre que un abogado defiende a un criminal reconocido e incluso confeso está tratando de sacarlo libre mediante artimañas. Muchas veces los dos son conscientes de la falta y no buscan exculpación. En esos casos la función del abogado es ayudarle a su cliente a tener un juicio justo y a que se le respeten sus derechos. Así es ella con sus muertos: aboga para que todos reciban lo que se merecen, y está convencida de que hasta el ser más equivocado del planeta merece un padrenuestro.
Con aquello de que «tenemos la paz de un cacho», Colombia está ad portas de enfrentar un conflicto que debe implicar perdón para unos, reparación para otros. ¿Estamos preparados?
Cada uno en la intimidad de su alma enfrenta su propio conflicto entre el perdón y el rencor. A mí, que he sido más renuente que creyente, el tarro de los muertos me deja un mensaje velado escrito casi en Arial 6: «Sí se puede», ¿lo intentamos?

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