Queridos hermanos:
El artículo a continuación me llegó del correo de una
hermana de mi pequeña comunidad Pan de Vida de la parroquia Nuestra Señora de las lomas en Envigado, Colombia. Investigué su procedencia y
corresponde a un blog que parece tener por título Aquí estoy OEHD. No pude
saber más del mencionado blog. Lo transcribo porque lo allí expuesto en nada
contradice mi pensamiento al respecto.
La verdadera causa de la renuncia del papa
Tengo 23 años y aún no entiendo muchas cosas. Y hay muchas
cosas que no se pueden entender a las 8:00 a. m. cuando te hablan para decirte
escuetamente:
—Daniel,
el papa dimitió.
—¿Dimitió? —contesté apresurada-mente.
—O sea, renunció, ¡Daniel, el papa renunció!—la respuesta era
más que obvia.
El papa renunció. Así amanecerán sin fin de periódicos
mañanas, así amaneció el día para la mayoría, así de rápido perdieron la fe
unos cuantos y otros muchos la reforzaron. Y que renunciara, es de esas cosas,
que no se entienden.
Yo soy católico. Uno de tantos. De esos que durante su
infancia fueron llevados a misa, luego crecieron y les agarró apatía.
En algún punto me llevé de la calle todas mis creencias y la
Iglesia de paso. Pero la Iglesia no está para ser llevada ni por mí, ni por
nadie (ni por el papa). En algún punto de mi vida, le volví a agarrar cariño a
mi parte espiritual (muy de la mano con lo que conlleva enamorarse de la
chavita que va a misa, y dos extraordinarios guías llamados padres), y así de
banal, y así de sencillo, recontinué un camino en el que hoy digo:
—Yo soy católico.
Uno de muchos, si, pero católico al fin. Pero así sea un
doctor en teología, o un analfabeta de las escrituras (de esos que hay
millones), lo que todo mundo sabe es que el papa es el papa. Odiado, amado,
objeto de burlas y de oraciones, el papa es el papa, y el papa se muere siendo papa.
Por eso hoy cuando amanecí
con la noticia, yo, al igual que millones de seres humano…, nos preguntamos ¿por qué? ¿Por qué renuncia señor Ratzinger? ¿Le entró el miedo? ¿Se lo comió la
edad? ¿Perdió la fe? ¿La ganó? Y hoy, después de doce horas, creo que encontré
la respuesta:
—El señor Ratzinger, ha renunciado toda su vida.
Así de sencillo.
El papa renunció a una vida normal. Renunció a tener una
esposa. Renunció a tener hijos. Renunció a ganar un sueldo. Renunció a la
mediocridad. Renunció a las horas de sueño, por las horas de estudio. Renunció
a ser un cura más, pero también renunció a ser un cura especial. Renunció a
llenar su cabeza de Mozart, para llenarla de teología. Renunció a llorar en los
brazos de sus padres. Renunció a teniendo 85 años, estar jubilado, disfrutando
sus nietos en la comodidad de su hogar y el calor de una fogata. Renunció a
disfrutar su país. Renunció a tomarse días libres. Renunció a su vanidad.
Renunció a defenderse contra los que lo atacaban. Vaya, me queda claro, que el
papa fue un tipo apegado a la renuncia.
Y hoy, me lo vuelve a demostrar. Un papa que renuncia a su
pontificado cuando sabe que la Iglesia no está en sus manos, sino en la de algo
o alguien mayor, me parece un papa sabio. Nadie es más grande que la Iglesia.
Ni el papa, ni sus sacerdotes, ni sus laicos, ni los casos de pederastia, ni
los casos de misericordia. Nadie es más que ella. Pero ser papa a estas alturas
del mundo, es un acto de heroísmo (de esos que se hacen a diario en mi país y
nadie nota). Recuerdo sin duda, las historias del primer papa. Un tal… Pedro.
¿Cómo murió? Si, en una cruz, crucificado igual que a su maestro, pero de
cabeza abajo. Hoy en día,
Ratzinger se despide igual: Crucificado por los medios de comunicación,
crucificado por la opinión pública y crucificado por sus mismos hermanos
católicos. Crucificado a la sombra de alguien más carismático. Crucificado en
la humildad, esa que duele tanto entender. Es un mártir contemporáneo, de esos
a los que se les pueden inventar historias, a esos de los que se les puede
calumniar, a esos de los que se les puede acusar, y no responde. Y cuando
responde, lo único que hace es pedir perdón: «Pido perdón por mis defectos’. Ni
más, ni menos. Qué pantalones, que clase de ser humano. Podría yo ser un mormón,
un ateo, un homosexual o un abortista, pero ver a un tipo, del que se dicen
tantas cosas, del que se burla tanta gente, y que responda así.., ese tipo de
personas, ya no se ven en nuestro mundo.
Vivo en un mundo donde es chistoso burlarse del papa, pero
pecado mortal burlarse de un homosexual (y además ser tachado de paso como
mocho, intolerante, fascista, derechista y nazi). Vivo en un mundo donde la
hipocresía alimenta las almas de todos nosotros. Donde podemos juzgar a un tipo
de 85 años que quiere lo mejor para la institución que representa, pero le
damos con todo porque «¿con qué derecho renuncia?». Claro, porque en el mundo nadie
renuncia a nada. A nadie le da flojera ir a la escuela. A nadie le da flojera
ir a trabajar. Vivo en un mundo donde todos los señores de 85 años están
activos y trabajando (sin ganar dinero) y ayudan a las masas. Si, claro.
Pues ahora sé, señor Ratzinger, que vivo en un mundo que lo
va a extrañar. En un mundo que no leyó sus libros ni sus encíclicas, pero que
en cincuenta años recordará cómo, con un simple gesto de humildad, un hombre
fue papa, y cuando vio que había algo mejor en el horizonte, decidió apartarse
por amor a su Iglesia. Va a morir tranquilo, señor Ratzinger. Sin homenajes
pomposos, sin un cuerpo exhibido en San Pedro, sin miles llorándole aguardando
a que la luz de su cuarto sea apagada. Va a morir, como vivió aún siendo Papa:
humilde.
Benedicto XVI, muchas gracias por renunciar.
Sólo quiero pedir mi más humilde y sincera disculpa, si
alguien se sintió ofendido o insultado con mi artículo. Considero a cada uno
(mormones, homosexuales, ateos y abortistas) como un hermano mío, ni más, ni
menos. Sonrían, que vale la pena ser feliz.
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