A
veces se nos hace difícil esta consigna: Amar a Dios sobre todas las cosas, aun
por encima de nuestros mayores afectos, nuestros padres, nuestro cónyuge, nuestros
hijos, nuestros amigos...1.
Nos
parece radical y excluyente, este amor que Dios nos reclama. Y hasta nos hace
tambalear.
Pero
es un problema de entender bien:
Cuando
le avisan al Señor:
—Allí
están tu madre y tus hermanos...
Él
contesta...
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Tomado de Ramón Viloria |
—Mi madre y mi hermanos... Es aquel que oye mi
palabra y la practica2.
También
suena duro, pero allí el Señor no está más que mostrándonos un camino cierto.
María
es «... la que oye, guarda y medita en su corazón la palabra de su hijo»3,
y sin duda la pone en práctica.
Jesús
reconoce en María una maternidad no solo física, sino del corazón, y nos la
pone como el más alto ejemplo de cómo hay que amarlo, y de cómo llegaremos a
ser sus verdaderos hermanos.
Dios
nos pide un amor absoluto, porque Él es el Amor Absoluto, y amándolo a Él por
encima de todo, llegaremos a tener el amor prefecto con que amar a nuestros hermanos,
cónyuges, amigos, etc.
A
qué temer, entonces, con este requerimiento, que mucho más que exigencia es
verdadera misericordia, de un Dios que nos quiere bien, y nos quiere plenificar
a todos en su Amor.
Qué
grande es Nuestro Padre.
Alabémosle
una vez más, por todo esto que nos pide y nos enseña.
Amemos
sin reservas «Al Amor de los Amores», y aprenderemos a amar bien a nuestros
amores.
En
Jesús, María y José.
Raúl
Clavijo.
1
Mt 22, 36-38.
2
Mt 12, 46-50.
3.
Lc 2, 51.
Hermosa reflexión llena del espiritu santo !!
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