Nuestra
vida debería ser un tren: Dios la locomotora, Jesús el maquinista, el Santo
Espíritu el combustible..., y nosotros los vagones.
Ahora,
el vagón es un gran vehículo donde sube la gente, para ir a algún lugar...
Si
nuestro vagón lo ponemos en el tren de la Trinidad, entonces podremos conducir
a muchos a donde va Dios.
Sí,
sí.
Es bueno dejar que Dios sea la máquina, el piloto, y el combustible...,
Iremos a lugar seguro, y a los que llevemos les espera un buen
destino.
En
Jesús, María y José,
Raúl Clavijo.
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