lunes, 15 de septiembre de 2014

Por encimita

Conexión con la esperanza


Por Elbacé Restrepo
elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Tomado de El Colombiano de 14 de septiembre de 2014.

«Soy menos liberal de lo que algunos quisieran, pero menos goda de lo que muchos creen. Todavía no logro encontrar la relación directa entre la religión y todos los problemas del mundo; no me alcanza el atrevimiento para mandar al carajo a quien se declare seguidor de un culto en particular, o de ninguno, y me chocan los que pretenden convencer a los demás con discursos a favor o en contra de la iglesia...».

Y en esas estaba: disertando conmigo misma después de leer un ataque feroz y reiterado contra la religión por ahí en alguna parte cuando, de repente… ¡sorpresa, conexión, casualidad, telepatía… o como sea que se llame: encuentro en mi buzón un mensaje de monseñor Armando Santamaría Ortiz, párroco de la iglesia de La Candelaria y director, durante más de veinte años, de los Hogares Infantiles San José, que ya tienen 106.

Sospeché que quizá me pediría que pasara la ponchera en mi columna para ayudar a su causa, pero el requerimiento resultó ser para algo mejor que pedir y acepté irrevocablemente: invitarme a conversar un rato con 220 «de sus hijas», entre los cinco y los veinte años, que hacen parte de los 1.200 niños en total que reciben abrazos, comida, abrazos, dormida, abrazos, calor de hogar, abrazos, educación y más abrazos en cualesquiera de los ocho hogares de la obra.

La entrada al internado me hizo pensar en la llegada de un rey muy amado a su reino feliz. Niñas de todos los tamaños y colores salieron a recibirnos en medio de una euforia colectiva, espontánea y contagiosa. A Monse, como llaman a monseñor, lo cosieron a besos todas ellas, sin excepción. Yo, sin merecerlo, también resulté beneficiada de su afecto y su acogida.

Cada niño de los Hogares Infantiles San José tiene una historia diferente, pero todos tienen un común denominador: llegaron allí porque perdieron al papá, a la mamá o a ambos; por desplazamiento forzoso de sus lugares de origen, por extrema pobreza o por «hambre afectiva». Pero, al decir de una de las niñas, «todo eso ha quedado atrás». Aquí tenemos lo que la vida en otra parte nos negó y lo que siempre soñamos: una familia armoniosa, una cama limpia que nos espera cada día que termina, una excelente alimentación, el acompañamiento de las directivas y de las monitoras, atención en salud y la oportunidad de estudiar (hasta la universidad) para formarnos. Agradecemos infinitamente a monseñor por llegar a nuestras vidas y hacernos tan felices, por trabajar con dedicación y esmero para nosotras y para muchas personas más que también necesitan de él».

Para ella, al igual que para sus 1.199 «hermanos», Monse, papá Armando o Mi Hermoso, como también le dicen, es un ángel sin alas que, además de dignificar su existencia, sabe interpretar sus llantos y sus miedos para convertirlos, de la nada, en esperanzas.

Los haberes materiales de estos niños caben casi en un bolsillo (se reciben donaciones). Son los dueños absolutos de su par de chanclas, su piyama y su muda de ropa para el fin de semana, todo en singular, pero sonríen en plural. Allí cada sonrisa es una bofetada sonora a la banalidad.

Yo también agradezco a Monse y a toda su corte por dejarme notar, en un rato muy breve, que «el amor es lo único que crece cuando se reparte».

Alegría

Fraternidad

Cristianismo

Ministerio

Nota del editor:
Las fotografías usadas en este documento fueron obtenidas en Google imágenes, algunas de ellas de la página oficial de Hogares Infantiles San José cuyo enlace está en dos oportunidades. Las otras no tuve cuidado de anotar las páginas weba por lo que les pido disculpas y si alguien se molesta por ello accedo a retirarlas.
Gabriel Escobar Gaviria



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