miércoles, 30 de julio de 2014

¿Y si el Cielo fuera real?

Por Carmen Elena Villa B.









cvillas@fraternas.org

Tomado de El Colombiano (14-07-29).

¿Por qué la muerte de algunos seres queridos, más que un dolor desesperante, nos produce una tristeza llevadera, acompañada de una inmensa paz en el corazón? ¿Tiene algún sentido la vida si todo termina con la muerte?

Estas preguntas me vinieron a la mente luego de haber visto la película El Cielo sí existe, basada en el libro El Cielo es real y en la historia real de Colton, un niño que a los tres años, durante una riesgosa operación, pudo salir de su cuerpo, ver la sala de cirugía, ver a sus padres orando por él y luego encontrarse en un túnel, y degustar por tres minutos la Eternidad.

Sorprende de esta historia, como ha ocurrido con otras similares, que Colton describe aspectos de la vida eterna, en los que creemos los cristianos y de los cuales él, por su corta edad, no tenía conocimiento previo. Estremece saber que durante este breve viaje, Colton se encontró con su hermana, quien murió en el vientre de su madre por un aborto involuntario. Algo que el pequeño hasta el momento ignoraba.

Esta no es una película que busque venderles la idea del cielo a quienes no creen en la vida después de la muerte, pero creo que sí nos hace preguntar por qué algunas personas han tenido la experiencia de ver el más allá desde esta realidad terrena. Muchos coinciden en que la belleza supera cualquier parámetro humano. Que la paz y la felicidad que se sienten allí son las que anhela toda alma en este terreno peregrinar.

Y claro, algunos quieren darle una explicación científica a esta experiencia de encuentro con lo eterno, diciendo que se trata de una alteración cerebral por falta de oxígeno, en la que algunas personas sueñan con las realidades en las que creen. En algunos casos podría ser así, pero no creo que la alteración cerebral sea capaz de hacer que personas experimenten en primera persona aquello que revelan las verdades escatológicas, aún sin tener conocimiento de ellas, como le pasó al pequeño Colton.

El cielo es real me hizo pensar en ese anhelo de infinito que tiene el alma humana y que solo puede ser saciado con lo eterno. A pesar de que la película no es católica, me hizo recordar las palabras de Benedicto XVI sobre la vida eterna, la cual describió «... no como un continuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad».

Esta película ha tenido muchas críticas sobre su narrativa, los pobres efectos especiales y, por supuesto, su contenido, pero creo que deja un mensaje claro: si pensáramos permanentemente que hay un más allá, viviríamos de manera más coherente en el más acá.

La experiencia de la muerte nos estremece, nos hace encontrarnos con el valor de la vida y con la necesidad de vivirla rectamente y si es posible, santamente. Quizás por eso hay personas que tienen el don de asomarse a la eternidad, para recordarnos hacia dónde vamos y para que encaminemos nuestra vida hacia esa dirección.

Carmen Elena Villa B. Es una columnista católica de El Colombiano, el primer diario de mi ciudad, Medellín. Ella Pertenece a la Fraternidad Mariana de la Reconciliación. Sus artículos aparecen, por lo general, los martes

domingo, 27 de julio de 2014

¿Cómo nos llamábamos los cristianos antes de llamarnos «cristianos»?

De la página web Los primeros cristianos

¿Cómo nos llamábamos los cristianos antes de llamarnos cristianos?

Un breve artículo de Carlo Carletti en L´Osservatore Romano abordaba un aspecto concreto de la construcción de la identidad cristiana en los primeros tiempos: la forma en que los miembros de la nueva comunidad religiosa se llamaban unos a otros.

El nombre Christianus sólo empezó a difundirse en Occidente lentamente, a partir de la conversión de Constatino en el siglo IV.


La respuesta está en las lápidas


Un breve artículo de Carlo Carletti en L'Osservatore Romano abordaba un aspecto concreto de la construcción de la identidad cristiana en los primeros tiempos: la forma en que los miembros de la nueva comunidad religiosa se llamaban unos a otros.

La palabra Christianus [cristiano] sólo empezó a difundirse en Occidente, y con mucha lentitud, a partir de la conversión de Constantino, el emperador que con el edicto de Milán del año 313, en virtud del cual la religión cristiana comenzó a dejar se ser perseguida y acabó convirtiéndose en la religión del Imperio.

Antes de esa fecha, la fraternidad cristiana no sólo como virtud, sino también como forma de vida, había hecho cuajar la fórmula «los hermanos» para referirse a los demás miembros de la Iglesia. Así se plasma, por ejemplo, en diversas inscripciones funerarias, donde el deseo de autorrepresentación evidencia este hecho.


Tres lápidas...


Carletti se fija por ejemplo en una lápida en torno a al año 220, que se expone en el Museo Nacional de Roma, donde Alejandro, el padre del difunto (Marco), ambos siervos, se dirige en primera persona a quienes lean la lápida: «Os pido, buenos hermanos en el nombre del Dios único, que tras mi muerte nadie dañe esta tumba». Dado que la lápida no estaba en una catacumba, sino en un cementerio donde había tumbas cristianas y paganas, la expresión hermanos adquiere un valor identificativo.

Lo mismo pasa con el que se considera el primer elogio funerario latino de la comunidad cristiana de Roma, en torno al año 270. Se conserva en una de las zonas más antiguas del cementerio de Priscila. Son también unos padres que entierran a su hija Ágape, de catorce años, quien al final de los hexámetros se dirige a ellos: «Eucaris, madre mía, y Pío, padre mío, os pido, hermanos, que cuando vengáis aquí a rezar y en todas vuestras oraciones invoquéis al Padre y al Hijo y os acordéis de vuestra querida Ágape, para que Dios Omnipotente la conserve en la eternidad». De nuevo la expresión hermanos, referida imaginariamente a los padres, alude a su condición de cristianos.

No cerca de la tumba de Ágape está la de Leoncio, unos veinte años anterior, donde sus amigos le despiden así: «Leoncio, paz te desean los hermanos. Adiós».


... y dos referencias


Este hecho notorio de que los cristianos, antes de existir este nombre, se llamasen hermanos, sorprendía a los paganos, como recoge Minucio Félix en su imaginario diálogo Octavius: «Se aman casi antes de conocerse... y se llaman sin distinción hermanos y hermanas».

Y un siglo después Lactancio explica: «No hay otra razón para llamarnos 
hermanos que el hecho de que nos consideramos todos iguales. Esclavos y libres, grandes y pequeños son iguales entre sí y ante Dios se distinguen sólo por la virtud».

La hermandad como identidad, y la identidad en Cristo: dos denominaciones sucesivas, pues, y un mismo principio que ya latía en los siglos de los mártires.
Seleccionado por Gustavo Otero.

martes, 22 de julio de 2014

A propósito de perdón

Gabriel Escobar Gaviria

Entré en una papelería de Envigado, la ciudad donde vivo, con el fin de comprar un cuaderno que usaría para tomar notas en las conferencias de preparación al Ministerio de la Sagrada Comunión.

Al entrar esperé a que una joven vendedora terminara una conversación con un joven al que había atendido.

No puse mucha atención a la conversación, pues era intrascendental para mí. Pero alcancé a escuchar que el joven, antes de dar la vuelta para dirigirse a la puerta, le hizo una invitación a la dependiente para algún programa propio de la juventud.

A esto ella le contestó en forma etérea como de esas respuestas que se dan sin compromiso alguno y en las que se asegura aceptar una invitación, sin intención de que se cumpla. Mientras ella daba su respuesta el joven alcanzó la puerta y con una sonrisa desapareció de nuestra vista y continuando su camino en la calle.

Durante el tiempo que el joven estuvo presente yo no observé en él ninguna expresión ni comportamiento que me causaran indignación o aversión, aunque, como ya dije, no fue mucha la importancia que le di.

Sin embargo, la vendedora, hermosa como muchas mujeres de mi región, continuó como si se siguiera dirigiendo al joven, que por supuesto ya no estaba escuchando:

—... sobre todo, que voy a ir con vos, como me caés de mal. ¡Te detesto!

Esas palabras las alcanzamos a escuchar una compañera suya que estaba cerca, y yo que estaba esperando a que ella se desocupara. Estoy seguro de que las dijo con toda la intención de que su compañera las escuchara.

Su compañera preguntó:

—¿Pero por qué te cae mal?

—No lo sé, pero le tengo un odio enorme, enorme y no sé por qué.

—¡Huy!, ¡odios, odios! —empecé a decir, y tenía la sensación de que esas palabras no eran mías, pero que alguien las estaba sacando por mi garganta— ¿Acaso no sabes que al final nos van a preguntar cuánto odio tenemos y con la mima medida nos medirán?

La joven clavó sus hermosos ojos en los míos como pretendiendo indagar de dónde salían esas palabras, pero «yo» continué:

—Si supieras por qué odias a ese amigo tendrías que orar mucho para perdonarlo; pero como no sabes, el mal está en ti y debes orar mucho más para erradicar ese mal de tu ser.

El rostro de la joven se tornó suplicante y sin apartar sus ojos de los míos, exclamó:

—¡Orar, perdonar...! ¡Gracias, señor, por lo que me dice! ¡Ayúdeme a orar!

—Lo haré.

Hagámoslo

Envigado, 1.° de marzo de 2012

sábado, 19 de julio de 2014

Tu es sacerdos in æternum secundum ordinem Melchisedech


«Accipite Spiritum Sanctum. Quorum remiseritis peccata, remissa sunt eis; quorum retinueritis, retenta sunt». Jn 20, 22-23. «Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes los retuviereis, les serán retenidos».

Anécdota a propósito de los versículos 22 y 23 del capítulo 20 del Evangelio según San Juan.

Gabriel Escobar Gaviria

Era uno de los años finales del siglo XX. Me desempeñaba como jefe de una zona de la Empresa Antioqueña de Energía; desde el municipio sede atendía el servicio eléctrico de otros municipios y poblados de la región.

Disponía para mis desplazamientos de un vehículo con chofer. Gilberto, el chofer asignado, era un feligrés de una iglesia de hermanos separados presente en el municipio de nuestra sede. Durante los viajes me gustaba conocer las diferencias doctrinales de su Iglesia con respecto a la nuestra, sin que significara que convirtiera las comisiones en una inútil discusión de ideologías.

En una ocasión que regresábamos de uno de los municipios atendidos nos encontramos con un campero en el que venían varias personas. Gilberto me pidió autorización para ir a saludar a esas personas pues pertenecían a su Iglesia. Efectivamente fue a saludarlas y regresó a los pocos minutos y reanudamos la marcha.

Retomado el camino hacia la sede, Gilberto puso tema de conversación:

—Y, ¿sabe qué?, ingeniero, venía el nuevo pastor para uno de los pueblos de nuestra región.

—Ah, les nombraron pastor nuevo. —fue mi respuesta, desprovista de todo interés.

—Sí, ingeniero; y ¿sabe qué?. Era un sacerdote católico, pero se pasó para nuestra Iglesia. —Ése era el puntillazo que quería poner Gilberto para tener tema de conversación por el resto del viaje.

—¡Ve, qué raro! —Fue mi seca respuesta y puse algún tema de reemplazo. Durante el resto del viaje esquivé los tiros que me hizo Gilberto para poner el tema sobre el tapete.

Cuando llegamos a casa, antes de bajarme del vehículo dije a Gilberto:

—Gilberto, hágame un favor.

—Con mucho gusto, ingeniero.

—Dígale al padre que está invitado a almorzar en mi casa y que escoja día.

—Con mucho gusto le doy su razón al pastor, ingeniero.

—Ah, Gilberto, acépteme mi invitación para el mismo almuerzo.

—Muchas gracias, ingeniero, vendré con él, el día que él escoja.

Al día siguiente, Gilberto se presentó al trabajo con la razón de que su pastor me acompañaría en el almuerzo del sábado siguiente.

Dispuse las cosas en mi casa para que la señora que me trabajaba hiciera un almuerzo especial y bien gustoso para tres personas el sábado de esa semana. La jornada de la señora los sábados era hasta las 12:30 pues yo llegaba  a almorzar a las 12:00 y ella se retiraba a su descanso de fin de semana después de mi almuerzo. Aquel sábado por cortesía (o por curiosidad) se quedó hasta servir el almuerzo de los tres y hasta que terminamos; después arregló la cocina y se marchó.

Durante el almuerzo y después de él, le hice al padre algunas preguntas no con el ánimo de polemizar, pues no me consideraba digno contendor de un hombre que había tenido que estudiar dos teologías, sino más bien como curiosidad de ver cómo logró pasar de una a otra en aspectos en que entraban en contradicción. Sé que no van a ver con buenos ojos que después de quince años yo les diga que no recuerdo los temas que tratamos. No consistía —como ya dije— en ganar o perder, sino en contemplar diferencias.

Sólo recuerdo desde cuando llegamos al Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación como llamamos ahora. De plano rechazó el que Jesús hubiera hablado de ello alguna vez. Desconoció que el versículo Mt. 16, 18 fuera la evidencia de la supremacía de Pedro y de sus sucesores y que el de Jn 20, 22-23 fuera la institución de algún sacramento.

Abrí el Catecismo de la Iglesia Católica para leer algunos parágrafos a partir del 1422 y aunque dijo desconocer que la Iglesia hubiera sacado ese Catecismo, era maravillosa la forma, prontitud y documentación con las que respondía a cada uno de ellos. Estaba bien preparado para un examen como ese. Anticipo que aunque acabo de decir que eran maravillosas sus respuestas no quise decir que mi fe se hubiera movido un micromilímetro: mi admiración fue hacia la prontitud y exactitud de sus respuestas no de su contenido.

Al fin tuve que decir como Kico: «Me doy» y le propuse la siguiente parábola al sacerdote:

—Mire, padre, voy a cerrar este libro, de todas maneras usted tiene una respuesta para cada uno de sus renglones y para cada uno de sus párrafos. En este pueblo puede suceder cualquier cosa —me empecé a referir a que el pueblo sede ha sido uno de los municipios de mi país que más han sufrido el problema del conflicto armado—, la puerta de la calle está abierta y supongamos que ahora mismo pasa un guerrillero corriendo; detrás de él, un paraco —así les decimos a los paramilitares— disparando; una bala entra y me da, caigo al suelo desangrándome; yo sé que «Tu es sacerdos in æternum» porque eso me lo ha enseñado mi Iglesia y usted también lo sabe porque se lo dijeron el día de su ordenación. Basado en ese convencimiento, me dirijo a usted implorándole me escuche en confesión y me dé la absolución de mis pecados. Esta es mi pregunta: «Padre, ¿usted me dejaría morir sin confesión?».

Aún estoy esperando la respuesta.

Envigado, 19 de julio de 2014


viernes, 4 de julio de 2014

Sin burlas también se puede

Escribo el presente artículo en protesta por la forma tan indelicada como una periodista de mi ciudad se refiere a nuestras creencias católicas. Al querer explicar las bondades de la fecundación in vitro para aquellas mujeres que por alguna causa no pueden ser fertilizadas en forma natural se deshace en burlas innecesarias a nuestro pensamiento.

Su primer párrafo me dejó sin saber lo que con él se quiso decir: «Creo en los milagros (razonables) y en los santos (sin aureola)».

Dada la libertad de expresión existente en mi país habrían sido innecesarias las burlas a nuestras creencias y la distorsión de nuestro pensamiento. Bastaba con exponer libremente sus tesis sin que el pensamiento católico tuviera que ser atropellado para tal fin. Esas burlas no le quedan bien a su preparación académica ni a su inteligencia, por el contrario, la llevan a mostrase como una persona falta de conocimientos y de información, como lo demuestra en su  tercer párrafo al llamar «un tal doctor Semmelweis» a Ignác Fülöp Semmelweis, considerado hoy en día pionero de la antisepsia y de la prevención de infecciones por actos dañinos de los médicos. Su hipótesis, publicada por nadie menos que Luis Pasteur y extendida a los demás procedimientos médicos por Joseph Lister, quedó reducida, por un chiste malo de la autora, a un sencillo lavado de manos con jabón Palmolive o similar.

Continúa la articulista su danza de pésimos chistes al decir que en su infancia estuvo informada de un niño concebido por métodos no convencionales que se llamaba Jesús, del que nunca supo su apellido. No creo que, dada su educación católica y su cultura general, nunca se hubiera topado con el pasaje del evangelio de San Lucas en el que el Ángel le dice a María que el niño que ella concebiría ocuparía el reino de David, su padre, Ése era su apellido, el que fue coreado por la multitud en su entrada triunfal de Jerusalén «Hosanna Filio David!»; hasta los niños de primaria de la época sabían que era Hijo de David.

Al tratar de desvirtuar unas supuestas palabras de Benedicto XVI referentes a técnicas inmorales de personas extrañas a la pareja dice: «Hemos de asumir que el Espíritu Santo no es —“no fuera”, hubiera sido lo gramaticalmente correcto— una “persona extraña”. (Claro es una paloma)». Frase entre paréntesis con que la escritora llega al culmen de la vulgaridad, del doble sentido y del irrespeto.

El pensamiento del papa Benedicto XVI, expuesto ante la Congregación para la Doctrinas de la Fe el 31 de enero del 2008, se refiere a la falta de dignidad humana con que son tratados los embriones humanos (personas) en los procedimientos de fecundación in vitro. «la Iglesia no puede y no debe intervenir en las novedades científicas —dijo el papa—, pero tiene el deber de reiterar los grandes valores y proponer a todos los hombres los principios éticos-morales para las nuevas cuestiones importantes».

Insisto entonces que una exposición sobre cualquier tema científico no tiene necesidad de atacar ni de ridiculizar el pensamiento religioso de un pueblo sabido católico en su mayoría.

Gabriel Escobar Gaviria
Envigado, Colombia

14-07-04.

De Catholic.net

Autor: . | Fuente: análisis digital 
El Papa asegura que la fecundación in vitro “infringe la tutela de la dignidad humana”
Es necesario reconocer que la dignidad del hombre comienza en la fecundación
El Papa asegura que la fecundación in vitro “infringe la tutela de la dignidad humana”
El Papa asegura que la fecundación in vitro “infringe la tutela de la dignidad humana”
01/02/2008 

El embrión humano merece ser respetado y, a veces, la ciencia pasa por alto este derecho. Benedicto XVI afirmó ayer que técnicas como la fecundación in vitro "han infringido la barrera para la tutela de la dignidad humana"


En un discurso dirigido a los participantes de la Sesión Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Santo Padre les pidió que pongan atención a los "problemas difíciles y complejos de la bioética".

Para el Papa, aunque "la Iglesia no puede y no debe intervenir en las novedades científicas", tiene "el deber de reiterar los grandes valores y proponer a todos los hombres los principios éticos-morales para las nuevas cuestiones importantes".

Es sabido, que la ciencia actual, en pro de encontrar soluciones científicas a enfermedades atenta contra la dignidad de la vida humana incipiente dejando embriones congelados como mero material de investigación. A este propósito, el Santo Padre declaró que técnicas como "la congelación de los embriones humanos, la diagnosis pre-implantación, la investigación sobre las células embrionarias y los intentos de clonación humana" han infringido la barrera que tutela la dignidad humana.

El Papa también consideró que amenaza la dignidad humana la "fecundación extra corpórea (in vitro)", considerada por la medicina como la "ultima oportunidad" para las mujeres que sufren esterilidad o presentan anticuerpos que eliminan los espermatozoides.

Según explicó, dichas técnicas prevén "que seres humanos en su estado más débil y más indefenso de su existencia, sean seleccionados, abandonados, asesinados o utilizados como material biológico". Para el Pontífice, los dos valores morales que hay que tener en el campo de la ciencia son el "respecto incondicional del ser humano desde su concepción hasta la muerte" y "respeto de la originalidad de la transmisión humana a través de los actos de los cónyuges".

La Iglesia, añadió, "aprecia y anima el progreso de las ciencias biomédicas, que abren a perspectivas terapéuticas hasta ahora desconocidas" y entre ellas citó el ejemplo del uso de las "células somáticas" o "terapias de restitución de la fertilidad" pero, finalmente, instó a que "el progreso científico sea verdaderamente respetuoso con cada ser humano, y que se le reconozca la dignidad de la persona".

La Iglesia católica, única verdadera

Por otra parte, Benedicto XVI reafirmó ayer que "la única Iglesia de Cristo subsiste y permanece en la Iglesia Católica" al recordar que la congregación publicó el año pasado un documento en el que se reafirmaba que la Iglesia Católica "no renuncia a su convicción de ser la única verdadera" Iglesia de Cristo. Y explicó que en este documento se quería expresar que "la única Iglesia de Cristo subsiste y permanece en la Iglesia Católica y que por tanto la unidad, indivisibilidad e indestructibilidad de la Iglesia de Cristo no se anulan por las separaciones y divisiones de
los cristianos".

En este documento también se recuerda, según Benedicto XVI, "la diferencia que sigue existiendo entre las distintas confesiones cristianas sobre la comprensión del "ser Iglesia, en sentido propiamente teológico".

obre otra de las "notas doctrinales" publicadas el pasado año relativa a Evangelización, el Papa corroboró la necesidad de la Iglesia católica de continuar su labor evangelizadora. "Frente al riesgo de un persistente relativismo religioso y
cultural, la Iglesia (...) no está dispensada de la necesidad de evangelizar y de la actividad misionera hacia los pueblos, ni cesa de pedir a los seres humanos que acojan la salvación ofrecida a todas las gentes", añadió.