lunes, 15 de octubre de 2018

Dos santos contemporáneos




Autor: Ernesto Ochoa Moreno
El Colombiano 2018 10 13 


Mañana domingo serán canonizados dos santos contemporáneos, que para muchos de nosotros fueron coetáneos nuestros: el papa Pablo VI y el arzobispo de San Salvador, Arnulfo Romero. Y es por lo que me fui a hablar con el padre Nicanor, mi tío, pues es devoto de los dos y los admiró mucho a ambos en la vida y en la muerte. Por lo demás, quién sino el viejo Nicanor puede o se atreve hoy a hablar de santos en un periódico. Uno, profano o descreidón, casi que blasfema de ellos cuando los menciona.

—Supongo, tío, que está contento con la canonización del papa Montini y del arzobispo de San Salvador.

—Aunque me temo, sobrino impertinente, que estés tramando alguna zancadilla para hacerme decir bobadas, sí te confieso que admiro a estos dos nuevos santos. Y les rezo, claro.

—Y le hacen milagros, apuesto.

San Óscar Arnulfo Romero
y Galdámez
—Ni me los hacen ni se los pido. O mejor, me los hacen sin yo pedirlos y casi sin darme cuenta. Simplemente su vida, sus ejemplos, sus enseñanzas me iluminan y me ayudan en la existencia cristiana, en esta vida de fe que tanto nos perturba e inquieta, en ese «ser o no ser» en que termina a menudo nuestro cristianismo.

—Barájamelo más despacio, tío. ¿A qué viene citar a Shakespeare para hablar de nuestros nuevos santos?

—De Montini, al menos. Aunque el asesinato de monseñor Romero tiene también un toque perturbador de tragedia shakesperiana. Te quiero decir que in illo tempore en Roma, llamaban a Pablo VI el hamlet del Vaticano. Supongo que por el drama y la angustia con que tuvo que afrontar en el posconcilio. Pero no te voy a hablar de eso hoy. Ya habrá tiempo. Simplemente quería contarte una anécdota que, para mí al menos, aunque fue un segundo fugaz, se mantiene viva en el recuerdo.

—Cuente, tío, cuente.

San Pablo VI
—Ahí va, hijo. Resulta que a este viejo cura, por sus pecados, le tocó estar en Roma cuando el pontificado de Montini. Cierto día invitaron a la colonia eclesiástica de Colombia en Roma a una audiencia papal. Monseñores, curas, religiosos, monjas y seminaristas se agolparon en torno al papa. Cuando terminó y se dirigía hacia la puerta, se me ocurrió extender la mano y presentarle un crucifijo que llevaba conmigo. Lo vio desde lejos, llegó donde yo estaba y besó el Cristo. Fue apenas un segundo. Pero se me quedó grabado el azul de sus ojos, una mirada directa y penetrante, dulce y al mismo tiempo inquietadora. Guardo esa imagen y ese recuerdo como un tesoro. Pero sobre todo conservo vivos sus ojos. Tal vez te regale este crucifijo que besó san Pablo VI.

—Buen recuerdo, tío. Habrá que dejar algo, o mucho más, de estos dos santos para otro día.

Laus Deo Virginique Matri