De la página web Los primeros cristianos
¿Cómo nos llamábamos los cristianos antes de llamarnos cristianos?
Un breve artículo de Carlo Carletti en L´Osservatore Romano abordaba un aspecto concreto de la construcción de la identidad cristiana en los primeros tiempos: la forma en que los miembros de la nueva comunidad religiosa se llamaban unos a otros.
El nombre Christianus sólo empezó a difundirse en Occidente lentamente, a partir de la conversión de Constatino en el siglo IV.
La respuesta está en las lápidas
Un breve artículo de Carlo Carletti en L'Osservatore Romano abordaba un aspecto concreto de la construcción de la identidad cristiana en los primeros tiempos: la forma en que los miembros de la nueva comunidad religiosa se llamaban unos a otros.
La palabra Christianus [cristiano] sólo empezó a difundirse en Occidente, y con mucha lentitud, a partir de la conversión de Constantino, el emperador que con el edicto de Milán del año 313, en virtud del cual la religión cristiana comenzó a dejar se ser perseguida y acabó convirtiéndose en la religión del Imperio.
Antes de esa fecha, la fraternidad cristiana no sólo como virtud, sino también como forma de vida, había hecho cuajar la fórmula «los hermanos» para referirse a los demás miembros de la Iglesia. Así se plasma, por ejemplo, en diversas inscripciones funerarias, donde el deseo de autorrepresentación evidencia este hecho.
Tres lápidas...
Carletti se fija por ejemplo en una lápida en torno a al año 220, que se expone en el Museo Nacional de Roma, donde Alejandro, el padre del difunto (Marco), ambos siervos, se dirige en primera persona a quienes lean la lápida: «Os pido, buenos hermanos en el nombre del Dios único, que tras mi muerte nadie dañe esta tumba». Dado que la lápida no estaba en una catacumba, sino en un cementerio donde había tumbas cristianas y paganas, la expresión hermanos adquiere un valor identificativo.
Lo mismo pasa con el que se considera el primer elogio funerario latino de la comunidad cristiana de Roma, en torno al año 270. Se conserva en una de las zonas más antiguas del cementerio de Priscila. Son también unos padres que entierran a su hija Ágape, de catorce años, quien al final de los hexámetros se dirige a ellos: «Eucaris, madre mía, y Pío, padre mío, os pido, hermanos, que cuando vengáis aquí a rezar y en todas vuestras oraciones invoquéis al Padre y al Hijo y os acordéis de vuestra querida Ágape, para que Dios Omnipotente la conserve en la eternidad». De nuevo la expresión hermanos, referida imaginariamente a los padres, alude a su condición de cristianos.
No cerca de la tumba de Ágape está la de Leoncio, unos veinte años anterior, donde sus amigos le despiden así: «Leoncio, paz te desean los hermanos. Adiós».
... y dos referencias
Este hecho notorio de que los cristianos, antes de existir este nombre, se llamasen hermanos, sorprendía a los paganos, como recoge Minucio Félix en su imaginario diálogo Octavius: «Se aman casi antes de conocerse... y se llaman sin distinción hermanos y hermanas».
Y un siglo después Lactancio explica: «No hay otra razón para llamarnos hermanos que el hecho de que nos consideramos todos iguales. Esclavos y libres, grandes y pequeños son iguales entre sí y ante Dios se distinguen sólo por la virtud».
La hermandad como identidad, y la identidad en Cristo: dos denominaciones sucesivas, pues, y un mismo principio que ya latía en los siglos de los mártires.
Seleccionado por Gustavo Otero.
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