Queridos hermanos en Cristo
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Dijo el ángel: «José, hijo de David, no temas recibir a
María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del
Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús,
porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados»...
No soy predicador, pero les comparto lo que este
impresionante texto me dice al corazón.
Fíjense primero que el ángel nombra a María «esposa de San José»,
y lo era porque para los judíos los novios oficialmente comprometidos ya lo
eran, llegado el caso que engendraran un hijo antes de los esponsales, ese
fruto sería legítimo, y nadie condenaría o acusaría de pecado grave a los
novios. Era un casamiento en dos tiempos...
Pasó que María estando ya comprometida oficial y públicamente
con José, recibió la visita del ángel, y dado su consentimiento, Dios engendró
ya a Jesús, y en prueba de su poder le comunica a María que «La viejita Isabel
ya estaba en su sexto mes».
Ni tiempo hubo de comunicarle a José, que por otro lado no
entendería, y así María partió a lo de Zacarías sin demora alguna, a darles el
auxilio de su juventud.
José, recibió recado de María avisándole de su partida urgente
a auxiliar a Isabel, y «como era justo, y conocía la pureza y generosidad de su
prometida», nada turbó su corazón, y antes bien habría considerado «muy buena
decisión la de María», y se ocupó de sus quehaceres mientras seguía preparando
lo necesario para su próxima boda con María.
María, «ayudó a Isabel, y cumplido su cometido regresó», con
toda naturalidad «luciendo la cinta atada a su cintura», costumbre y protección
de la mujer embarazada, que al dar aviso de su estado «vistiendo la cinta», se
aseguraba no ser exigida ni maltratada por los hombres mientras gestaba.
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Encinta, entró a Nazaret, y nadie se escandalizó por ello, eran
comprometidos oficialmente, esposos para ley judía, aun cuando todavía no Vivian
juntos.
Algún vecino comedido habría corrido a avisar a José del
regreso de María, y le habría felicitado porque Dios los había bendecido con un
embarazo....
Me imagino al joven José, con ojos grandes, recibiendo la
noticia del estado de María, sin poder decir palabra alguna.
Seguramente esto habrá pasado lejos de María, tal vez José
trabajando apartado en casa de algún cliente...
Terminada la jornada, vuelve pensativo por el camino de
Nazaret, ya anocheciendo, y meditando en su corazón la enormidad de la noticia
recibida.
Decimos de María «que nunca se negò a la voluntad y deseo de
Dios», y que todo lo hizo «abandonándose en las manos de Dios»....
Y ¡José?
José era un justo, vivía cabalmente la ley de Dios, no como
el fariseo «formalmente», sino «de todo corazón», con toda su alma puesta a
servir a Dios por amor a Él. Todo lo prescripto, José lo practicaba con el corazón
encendido de amor por su Dios.
Y su relación con María, su prometida, correría por estos
andariveles de «hacer lo que Dios manda como Dios lo manda».
Hombre puro y casto, por amor a Dios, tenia la exquisita
sencibilidad del bien, y de percibirlo.
Y María, habría impactado todo su ser «en esa realidad de su
pureza, de concebida sin pecado», más allá de que esto fuera explícitamente
conocido.
José «sabia quién era María», conocía y percibió toda su
naturaleza y perfección. Y jamás dudaría de ella.
La noticia del embarazo de María no lo hirió, y su temor se
manifestó primero al verse desbordado por la evidencia del actuar de Dios, e inmediatamente
verse ante esta realidad de «persona Sagrada» en que se había convertido su
esposa.
Intenta huir de esa presencia explicita de Dios, como todos
los profetas que al oír la palabra y la voz de Dios, caían en tierra y se
tapaban el rostro atemorizados.
Más sosegado de esta primera realidad, hombre justo, no sería
capaz de apropiarse de lo que no era de él, este niño no era suyo y como no
dudaba de la fidelidad de María, rápidamente entro en la cuenta de quien era
ese niño, el Mesías...
Pero... ¿cómo poder explicar esto y que le creyeran?, a la mínima
respuesta diciendo «este no es hijo mío"», condenaba a su esposa de
adulterio, porque bien sabía que nadie le creería la explicación del milagro
que ya su corazón puro había descubierto y admirado...
¡Grande José!, el más grande de todos, que pudo darse cuenta
sin dudar...
Y en su amor a María y al fruto de su vientre, decide esta
locura de amor...
No podía apropiarse del Niño, era justo: ¡no mentiria!
Y no mentir era la condena para María, a quien amaba ya más
a partir de esta realidad santa. ¡Qué le quedaba entonces?
Callar, y para no verse en situación de mentir, huir de allí,
hacerse a un lado, confiando en que Dios haría lo necesario para evitarle el
mal a María.
En esas estaba cuando en sueños se le apareció el ángel y le
dijo, lo que arriba transcribí.
¡Qué maravilla, como Dios fue disponiendo y salvaguardando
todo, aun la autoridad de José frente al mismo Niño Dios, haciéndolo padre putativo
de Él!
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Lo cual quedó cumplido cuando José, en el dia de la circuncisión
le puso por nombre «Jesús», obedeciendo el mandato de Dios, que lo hizo por ese
acto «padre del Salvador».
Digo, aclarando, que «sólo el padre de la criatura podía
ponerle nombre". Y José no lo hizo por derecho propio, lo hizo cumpliendo
el mandato divino. Esa obediencia le valió, por la gracia de Dios, quedar transformado
en su padre aquí en la Tierra.
¡Qué grande es Dios, y hasta que alturas fue elevado San
José!
Dios no podría ponerle a María un ordinario cualquiera.
Dios puso al más grande hombre, al más probado en su amor y en
su fidelidad a sus proyectos.
Si todo es poco para alabar a María, lo mismo sucede con San
José.
Tan gran hombre era necesario a tan gran mujer, y los dos al
Hijko del mismo Dios.
Bueno, tengan un lindo y pacifico atardecer.
Raúl Clavijo.
Miembro de Cristo amigo
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