Fue el padre Nicanor
el que me lo propuso.
—Si estás
desilusionado del fútbol tras la eliminación de Colombia en el Mundial, pues
cambia de deporte.
—¿Otro deporte?,
rezongué.
—El ajedrez, por
ejemplo. Un deporte sereno, sin trampas, sin fanatismos.
A que tú no sabes
quién es el patrono de los ajedrecistas.
—Ya le va a meter
usted santos a esto. Pero hasta mejor hablar de santos que de futbolistas. No,
no sé quién es el patrono de los ajedrecistas.
—Es más bien una
patrona, muchacho. Santa Teresa de Jesús, la carmelita española.
—No los sabía, tío, y
no deja de ser curioso que una monja, una de las más elevadas autoras místicas
de todos los tiempos jugara ajedrez.
—Ella misma lo
menciona en el Camino de perfección,
en el capítulo 16. Es una breve teoría de la oración, basada en los
conocimientos que ella tenía del juego ciencia: «No os parezca mucho todo esto,
que voy entablando el juego, como dicen. Pedísteme que os dijese el principio
de la oración... Pues creed que quien no sabe concertar las piezas en el juego
de ajedrez, que sabrá mal jugar; y si no sabe dar jaque no sabrá dar mate».
—Es claro, tío, que
la santa sabía de qué estaba hablando.
—Por supuesto. De
joven, Teresa fue una muchacha inquieta, aficionada a un juego que era la moda
en el siglo XVI, que aprendió y jugaba con su mamá y fue un gran pasatiempo
para ella cuando adolescente leía con pasión libros de caballerías, (parece que
hasta llegó a escribir uno) y que gozaba con ese mundo de reyes, damas,
caballeros, ejércitos, castillos, y toda la imaginería de la época, que después
se vería reflejada en sus libros.
—Interesante, padre.
—Santa Teresa sabe
que la van a criticar y que la ronda la Inquisición y se cura en salud: «Aquí
veréis la madre que os dio Dios, que hasta esta vanidad sabía; mas dicen que es
lícito algunas veces. ¿Y cuán lícito será para nosotras esta manera de jugar y
cuán presto —si mucho lo usamos— daremos mate a este Rey divino, que no se
nos podrá ir de la mano ni querrá? La dama es la que más guerra le puede hacer
en este juego, y todas las otras piezas ayudan...».
—Me suena, tío, eso
de poner jaque a Dios, de dar mate a Dios.
—Y no solo para
entender la propuesta de oración contemplativa que enseña la santa carmelita,
sino como metáfora de la vida espiritual, de la relación con Dios.
—Como que la vida
fuera una partida de ajedrez.
—Lo es, muchacho.
Repasa en clave de ajedrez la vida y verás las veces que Dios te hace jaque, aquellas
en que eres tú quien ataca. Tal vez te enroques en el descreimiento; tal vez
sea el enroque del silencio de Dios el que te toque soportar.
—Ya ve, tío. Uno se
pasa la vida moviendo fichas, sacrificando peones, aprovechando la versatilidad
de los alfiles, los saltos del caballo, el sacrificio de la reina. Al final
llega, ineludible, el jaque último, el mate.
—Y te lo da Dios. Que
la patrona de los ajedrecistas te ilumine en las derrotas de la vida
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