A las 7:30 a. m. llegó mi hija Marcela a casa. Venía de hacer por
primera vez turno de Ginecoobstetricia en el Hospital Universitario de San
Vicente de Paúl. Desayunó y se alistó para dormir, ya en la cama me llamó:
—Papá —me dijo—, se ven cosas horribles, vengo impresionada.
—¿Como qué? —pregunté.
—Una joven de 18 años abortó un feto de dieciséis semanas de
embarazo, de este tamaño —señaló con el índice de la mano izquierda acotando
con el de la derecha desde donde arranca el dedo pulgar—, y ya completo.
—¿Aborto natural o provocado? —Pregunté.
—Ella dice que natural, pero cuando llegan al hospital con esos
síntomas es porque han intentado algo y les ha fallado.
Entré en reflexión interior y mi hija continuó:
—Y otra mujer —no me dijo la edad— tenía 32 semanas de embarazo y
tomó pastillas para abortar, pero a las 32 semanas ya no es aborto sino parto
prematuro y le nacieron gemelas que están en cuidados intensivos de neonatos;
se salvan, lo más probable. La mujer no sabía que esperaba gemelas.
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—¿Sabes qué significa eso, hija? Se perdió el temor de Dios. Hace
días la periodista Sonia Gómez de El
Colombiano se lamentaba de que Colombia perteneciera al 5 % de los países
del Mundo que no han aprobado el aborto. Toda esa propaganda que han hecho algunos
periodistas a favor del asesinato, llamado eufemís-ticamente suspensión del
embarazo, ha llevado a disparar los índices de aborto. Alegrémonos, hija, de
que Colombia aún no pertenezca al 95 % de los países con legislación asesina,
con una legislación de doble moral que permite abortar un bebé de 36 semanas de
gestación, pero impide asesinarlo un día después del parto. Redoblemos los
esfuerzos para enseñar moral antes de libertinaje.
Mi hija se fue quedando dormida con una expresión triste en su
joven rostro.
Hace días le preguntaron a un congresista de mi país en televisión
(no sé a cuál porque me lo contó mi hermana María Elena y ella no retiene
nombres) la causa de tanta corrupción en Colombia.
—Se acabó el temor de Dios —fue su respuesta.
El temor de Dios no es esconderse y temblar de miedo al mencionar
a Dios.
El temor de Dios es obedecer sus mandatos y esperar por ello la
recompensa. Pero los que desobedecen empiezan por quitar a Dios de sus vidas y
olvidan también el castigo que esa desobediencia acarrea.
Id malditos al fuego eterno...
No al aborto, no al asesinato legalizado.
Gabriel Escobar Gaviria
Junio de 2004
Años después de escrita esta crónica —no recuerdo la nefasta fecha— Colombia dejó
de pertenecer al 5 % de los países del Mundo que no habían aprobado el aborto.
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